Es
tan cierto en la vida como en las carreras: sólo los que están decididos
alcanzan la meta. No son los hombres de negocios gordos que de vez en cuando
hacen alarde en pistas de hacer ejercicio los que se ganan las medallas
olímpicas.
Con
una mirada de intensa determinación, Eric se puso de pie de un salto. Con la
cabeza hacia atrás y agitando los brazos, avanzó.
Estaba decidido, no sólo a alcanzar a los
demás, sino a ganar la carrera. ¡Y ganó! Ese fue el tipo de fervor que el apóstol
Pablo llevó a su ministerio. En 1
Corintios 9:24 dijo: “¿No sabéis que
los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva
el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.” Pablo se veía a sí mismo
como un atleta olímpico que compite por una medalla de oro, esforzando todo
músculo de su cuerpo para llegar a la meta. ¿Y cuál es el premio? No es una
recompensa temporal, sino «una corona
imperecedera» (v.25). La victoria es posible para todo cristiano. ¡Así que
corramos como si quisiéramos ganar!
LOS GANADORES NUNCA ABANDONAN, Y LOS QUE
ABANDONAN, NUNCA GANAN.
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