miércoles, 12 de junio de 2013

La mariposa que nunca pudo volar....

  
Un, día una pequeña abertura apareció en un capullo; un hombre se sentó y observó por varias horas como la mariposa se esforzaba para que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero.

   Al cabo de un tiempo, pareció que ella ya no lograba ningún progreso.  Que había ido lo más lejos que podía en su intento y que no podría avanzar más.

   Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa; tomo una tijera y cortó el resto del capullo. Así, la mariposa salió fácilmente. Pero, su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas.

 El hombre continuo observándola porque esperaba que, en cualquier momento, sus alas se abrirían, se agitarían y serían capaces de soportar el cuerpo, el que a su vez, iría tomando forma. ¡Nada ocurrió¡

 En realidad, la mariposa paso el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo deforme y alas atrofiadas. Ella nunca fue capaz de volar.

   Lo que el hombre en su gentileza y voluntad de ayudar, no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través de la pequeña apertura, era el modo por el cuál Dios hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa llegara a las alas, de tal forma que ella estaría pronta para volar una vez que estuviera libre del capullo.

   Algunas veces, el esfuerzo es justamente lo que precisamos en nuestra vida.  Si Dios nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin obstáculos seriamos lisiados.  No tendríamos las fuerzas, que podríamos haber tenido, y nunca podríamos volar.



Pedí, fuerzas...y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
Pedí, Sabiduría... y Dios me dio problemas para resolver.
Pedí, prosperidad... y Dios me dio un cerebro y músculos para trabajar.
Pedí,  coraje...  y Dios me dio obstáculos que superar.
Pedí, amor... y Dios me dio personas para ayudar
Pedí, favores...y Dios me dio oportunidades.

No recibí nada de lo que pedí,...pero recibí todo lo que necesitaba.


martes, 11 de junio de 2013

¿Águila o Pollo?

  Érase una vez un hombre, que mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en un corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como estos. Un día un naturalista que pasaba por allí le preguntó al propietario porqué razón un águila, el rey de todas las aves y los pájaros, tenía que permanecer encerrada en el corral con los pollos.

-Como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser pollo, nunca ha aprendido a volar- respondió el propietario-. Se conduce como los pollos, y por tanto, ya no es un águila.

-Sin embargo- insistió el naturalista- tiene corazón de águila y, con toda seguridad, se le puede enseñar a volar.

   Después de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista la tomó en sus brazos suavemente y le dijo: “Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela.”

   El águila, sin embargo, estaba confusa; no sabía qué era y, al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.

   Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al águila al tejado de la casa y le animó diciéndole: “Eres un águila. Abre las alas y vuela.” Pero el águila tenía miedo de su yo y del mundo desconocido y saltó una vez más en busca de la comida de los pollos.

    El naturalista se levantó temprano al tercer día, sacó al águila del corral y la llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y le animó diciendo: “Eres un águila. Eres un águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela.”

   El águila miró alrededor, hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Pero siguió sin volar. Entonces, el naturalista la levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a temblar, a abrir lentamente las alas y finalmente, con un grito triunfante, se voló alejándose en el cielo.




  Es posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia; hasta es posible que, de cuando en cuando, vuelva a visitar el corral. Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Sin embargo, fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo.

  Esta parábola refleja muy bien la situación de cada uno de nosotros y del hombre de hoy. Este ha perdido su identidad y el sentido de la vida. ¿Quién es el hombre? ¿Cuál es el sentido de su vida? ¿Quién soy yo? La respuesta no es fácil ¿Soy águila o soy pollo? Mi conciencia me dice lo primero, mi forma de vida tal vez lo segundo.

   Como el aguilucho, el hombre ha perdido identidad. A fuerza de vivir en el corral y de comer la comida de los pollos, ha traicionado su verdadera esencia y se ha rebajado. Ya no sabe lo que es. Ha perdido el sentido de la actividad y de su vida.

    El hombre, como el águila, es el rey de la creación. Posee un corazón grande capaz de anhelar lo sublime. Tiene alas para perseguir lo más alto. Sin embargo, se ha encarcelado en el corral; la sociedad de consumo lo tiene atrapado en sus fauces voraces. Y es que es mucho más fácil y placentero ser pollo que águila.

   El pollo posee la seguridad del corral, la comodidad de las rejas que delimitan su espacio, el cuidado de su amo, la tranquilidad del alimento asegurado, la protección frente a las vicisitudes de la vida.

     El águila, sin embargo, debe asumir el riesgo de moverse en un espacio sin límites, tiene que estar alerta para no caer en manos del cazador que la convertiría en trofeo de caza o en pieza de museo, tiene que luchar frecuentemente en la soledad y en un ambiente adverso, por proteger y defender su vida de quienes quieren someter.

    Pero el pollo ha perdido su libertad, la ha entregado a cambio de unos granos de trigo que llenen su buche hambriento, es explotado y sometido al sucio mercado de la compra y venta. El águila en cambio, es libre, sus alas le permiten surcar los cielos y explorar horizontes siempre nuevos.

¡Qué triste es ver al hombre, como el aguilucho, en el corral comiendo la comida de los pollos y llevando la vida de estos, cuando su corazón y su mente están hechos para cosas más grandes!

    La tarea no es fácil; en parte, porque estamos convencidos de ser pollos o porque no conocemos cuál es realmente nuestra identidad; en parte, porque nuestros amos, la comodidad, la dependencia y el consumismo, no nos dejan salir. Sentiremos miedo, indecisión; tendremos que luchar contra la inercia, que una y otra vez tratará de devolvernos al corral. Únicamente el aire limpio de la montaña y la contemplación de ideales tan nobles y altos como el sol, podrán desplegar nuestras alas y hacer cantar el grito triunfante de la liberación.

   Recordaremos con nostalgia nuestra vida de pollos y sufriremos la tentación de volver al corral. Pero quien realmente descubre su vocación a la libertad y encuentra un claro sentido de su vida, jamás dará un paso atrás en su decisión de llevar una existencia auténticamente humana.

1)    En este momento de tu vida ¿Con quién te identificas más con el águila o con el pollo?

2)   ¿Cuál es el sueño de tu vida?

3)   ¿Qué te impide volar?

lunes, 10 de junio de 2013

Lo que das regresa

   Su nombre era Fleming, y era un granjero escocés pobre. Un día, mientras intentaba ganarse la vida para su familia, oyó un lamento pidiendo ayuda que provenía de un pantano cercano.

  
Dejó caer sus herramientas y corrió al pantano. Allí, encontró hasta la cintura en el estiércol húmedo y negro a un muchacho aterrado, gritando y esforzándose por liberarse.

   El granjero Fleming salvó al muchacho de lo que podría ser una lenta y espantosa muerte. Al día siguiente, llegó un carruaje elegante a la granja. Un noble, elegantemente vestido, salió y se presentó como el padre del muchacho al que el granjero Fleming había ayudado.

   “Yo quiero recompensarlo”, dijo el noble. “Usted salvó la vida de mi hijo. No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice”, el granjero escocés contestó. En ese momento, el hijo del granjero vino a la puerta de la cabaña. “¿Es su hijo?” el noble preguntó. "", el granjero contestó orgullosamente. “Le propongo hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo disfrutará. Si el muchacho se parece a su padre, no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que nosotros dos estaremos orgullosos.”

   Y el granjero aceptó.

    El hijo del granjero Fleming asistió a las mejores escuelas y, al tiempo, se graduó en la Escuela Médica del St. Mary's Hospital en Londres, y siguió hasta darse a conocer en el mundo como el renombrado Dr. Alexander Fleming, el descubridor de la Penicilina

   Años después, el hijo del mismo noble que fue salvado del pantano estaba enfermo de pulmonía.

   
¿Qué salvo su vida esta vez? ....La penicilina. ¿El nombre del noble?.... Sir Randolph Churchill. ¿El nombre de su hijo? ....Sir Winston Churchill.
  
 Alguien dijo una vez:
Ø Lo que va, regresa.
Ø Trabaja como si no necesitaras el dinero
Ø Ama como si nunca hubieses sido herido
Ø Baila como si nadie estuviera mirando
Ø Canta como si nadie escuchara.

Ø Vive como si fuera el Cielo en la Tierra.

jueves, 6 de junio de 2013

Capullo de Gusano

 
 Dos gusanos vivían en un árbol frondoso. En un momento dado, uno de ellos, movido de un fuerte impulso interior, comenzó a encerrarse en un capullo de seda. Hasta ese momento los dos habían sido grandes amigos.

-¿¡Qué estás haciendo!? - gritó espantado su compañero- ¿Te has vuelto loco?
   El impulso era tan fuerte que el gusano no respondió. Era un gusano que se emocionaba con facilidad cuando hacía algo nuevo.
-¿Ya has pensado lo que eso significa?
- siguió su compañero, que era mucho más reflexivo y prudente - ¡vas a aislarte del  árbol! ¿Y las jugosas hojas que estás dejando? ¿Y los nuevos brotes del tallo central? ¡No podrás comer ni moverte por el árbol si te encierras ahí!

   Dado que su compañero no respondía, el orador decidió buscar apoyo moral en los demás gusanos y trajo unos cuantos junto al capullo de seda, que ya estaba por terminarse.
- ¡No cierres aún, espera!


  Y escuchó al coro de gusanos que decía: “mira lo que dejas, mira lo que dejas...” pero se encerró tras la seda, pues el impulso era muy fuerte y no podía explicarlo.

   Los gusanos se quedaron mirando la cápsula de seda y pasaron toda la tarde comentando el suceso. “Se volvió loco”, decían. “¡Qué aburrida debe ser la vida ahí dentro!”, y “¡mira lo que se está perdiendo!, ¿A quién le cabe en la cabeza despreciar un árbol tan frondoso?... ¿tú te encerrarías ahí?... ¡con lo simpático y joven que era!”

   Después de un tiempo encontraron el capullo roto y vacío. No supieron qué pensar, así que decidieron mantener sus opiniones y seguir mascando hojas y ramitas sin volver a tocar el tema del capullo de seda.

   Mientras tanto una mariposa hermosísima se alejaba del árbol volando hacia el atardecer.

   ¿Qué importa ir contra corriente si el fruto de tu decisión te transforma en lo que siempre soñaste sin saberlo?  De todo te van a decir si decides seguir a Dios, serle fiel, entregarte a El. ¿Acaso no vale la pena?
 “Acordaos de la mujer de Lot. Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.” Lc.17: 32-33 

Aportado por P. Miguel Segura


martes, 4 de junio de 2013

Corriendo la carrera

  Es tan cierto en la vida como en las carreras: sólo los que están decididos alcanzan la meta. No son los hombres de negocios gordos que de vez en cuando hacen alarde en pistas de hacer ejercicio los que se ganan las medallas olímpicas.

  
Eric Liddell, en la película Carros de fuego, ilustra este principio. Justo antes del primer giro en una carrera de 400 metros, a Eric lo empujaron y perdió el equilibrio, y tropezó en la grama del campo. Cuando miró hacia arriba vio que los demás se alejaban.

   Con una mirada de intensa determinación, Eric se puso de pie de un salto. Con la cabeza hacia atrás y agitando los brazos, avanzó.
Estaba decidido, no sólo a alcanzar a los demás, sino a ganar la carrera. ¡Y ganó! Ese fue el tipo de fervor que el apóstol Pablo llevó a su ministerio. En 1 Corintios 9:24 dijo: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.” Pablo se veía a sí mismo como un atleta olímpico que compite por una medalla de oro, esforzando todo músculo de su cuerpo para llegar a la meta. ¿Y cuál es el premio? No es una recompensa temporal, sino «una corona imperecedera» (v.25). La victoria es posible para todo cristiano. ¡Así que corramos como si quisiéramos ganar!


LOS GANADORES NUNCA ABANDONAN, Y LOS QUE ABANDONAN, NUNCA GANAN.

lunes, 3 de junio de 2013

LA DEBILIDAD DE ANÍBAL

  
Aníbal Barca, el cartaginés, es considerado conjuntamente con Alejandro Magno y Julio César uno de los tres más grandes generales de la Antigüedad y el primero de todos como estratega, genio y táctico militar.

   Batió a los romanos en la propia Italia en las batallas de Tesino, Trebia, el Lago Trasimeno y Cannas. En esta última batalla su genio rayó a la mayor altura. Fue una victoria de la estrategia más consumada, a tal punto, que ha sido una batalla analizada con minuciosidad desde hace más de dos mil años en todas las escuelas militares del mundo. No obstante sus numerosas victorias en Italia no se sintió lo suficientemente fuerte como para tomar la ciudad de Roma. Así fue que deambuló con sus tropas, invicto, por la Península hasta que al fin se retiró requerido por el gobierno de Cartago. Tiempo después su ejército fue aniquilado en Zama, en su propia tierra del Norte de Africa, por sus enemigos romanos al mando de Escipión que desde entonces tomó el nombre de Escipión El Africano.


  La derrota definitiva es explicable. Aníbal estuvo siempre a la merced de una debilidad insalvable que a la postre lo arruinó: no tenía sino muy pocos, contados, hombres fieles. Todo su poder, que tenía pies de barro, estaba basado en mercenarios. Gente comprada que estaba junto a él no por convicción o por adhesión a su persona, sino por la suculenta paga y por las prebendas de que disfrutaban. Así fue que derrotado, al final de su vida, se encontró solo y abandonado. Entonces se suicidó. 

   Un amargo fin y una durísima lección que no aprendieron ni tuvieron en cuenta la mayoría de los hombres, grandes o pequeños, que tienen o han tenido poder en los últimos veintidós siglos.

    "El hilo siempre se corta por el más débil."


   Recuerda:Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne.” Cnt.2:15
Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable.” Ecl.10:1

viernes, 31 de mayo de 2013

A los zapatazos de Dios

   Un hermano llamado Juan, cansado de tantas aflicciones, de tantas luchas, de muchas oraciones sin ser contestadas, de tanto tiempo sembrar y no recibir nada a cambio, lleno de contradicciones que lo único que hacían era hacer desfallecer su corazón más y más, comenzó a cuestionarlo todo, y entre esas cosas, su corazón cuestionó a su mismo Señor.

   Preguntas tales como: ¿será que Dios me escucha? ¿Será que verdaderamente Él pone sus ojos en mí?, brotaban de lo más profundo de su corazón.

   Un día cansado de tantas “desilusiones” y sin querer aceptar el trato de Dios, dispuso en su corazón hacer el último intento. Alzó sus ojos al cielo y levantando sus manos exclamó lo que en su momento dijo que sería su última oración, y dijo: “Señor, tanto tiempo te he buscado y nunca he recibido un toque tuyo, que si no siento tu mano, no podré seguir.”

     Esta oración un tanto desafiante y otro poco arrogante, sin duda llegó al mismo altar de Dios. Al escuchar el Señor esta oración dijo  “Tanto tiempo hijo mío te he estado hablando y tú no has querido oír, y hoy te presentas ante mi, diciendo que no te he querido tocar. Pero aún así Yo sabré olvidar lo pasado, y te haré sentir mi mano.”

   Al domingo próximo, este hermano nuevamente asistió a la iglesia en su misma condición y sosteniendo la postura de su “última" oración”. Para eso El Señor tenía el escenario preparado para manifestar su gloria en la vida de Juan. Durante la alabanza y adoración el esperado toque de Dios, se hizo esperar. Llego el final de la prédica, y nada pasaba. Juan totalmente desesperanzado, hizo desfallecer su corazón.

   Al final de la reunión, el pastor que predicó esa noche siente la voz de Dios que le dice: “sácate el zapato y pégale al hermano que Yo te mostraré con el taco, lo más fuerte que puedas.” El pastor, atónito con lo que acababa de escuchar y perplejo por no entender nada, preguntó ¿qué has dicho Señor? Y El Señor con idénticas palabras volvió a decir lo mismo “Quítate el zapato y pégale con todas tus fuerzas a quien Yo te mostraré.”

    El pastor totalmente asustado se dispuso a obedecer a Dios, se quitó el zapato y El Señor le mostró al hermano y le dijo “ve y pégale.” Por “casualidad” era Juan, quien recibió un zapatazo tan fuerte que lo hizo caer de espaldas varios metros atrás.
   El pastor asustado por lo que hizo, miró expectante la reacción de Juan. El se imaginó que cuando Juan se levantara lo iba agredir. Para sorpresa de él y de todos los que presenciaron el espectáculo, Juan corrió hacia el pastor y lo abrazó y le dijo “Gracias, hoy he sentido el toque de Dios.”

   Juan por medio del zapatazo sintió una transformación en su interior, tan profunda que se olvidó del moretón que el zapatazo de Dios le dejó en la frente.

¿Será necesario llegar a esta instancia?