El ancla es un instrumento metálico,
compuesto por una barra y dos uñas o más, que permanece colgado de una cadena.
El marinero la echa en el agua para impedir que el barco salga a la deriva. La
seguridad que proporciona depende de la naturaleza del fondo en el cual está
aferrada y de la solidez de la cadena. Se toman todas las precauciones para que
pueda resistir, si fuera necesario, a un mar enfurecido. Generalmente un barco
posee varias anclas. Una de ellas, la más fuerte, que sólo se utiliza en casos
extremos, se llamaba en otros tiempos el
ancla de la misericordia o de la salvación.
El ancla, con sus caracteres de
seguridad y firmeza, es una hermosa imagen de la esperanza del creyente,
fundada en Jesucristo. Nos mantiene unidos a Dios mismo, a la roca de su
inmutable fidelidad. Para el creyente es un poderoso consuelo el saber que está
ligado para siempre a Cristo, quien después de cumplida la obra de la cruz,
entró al cielo donde se halla como nuestro “precursor” (Hebreos 6:20).
Para los que le pertenecen, Jesús es
como un ancla espiritual. Primero entró en la presencia de Dios para
prepararles un lugar y la fe de los suyos los une a él, al igual que la cadena
del ancla.
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