martes, 18 de febrero de 2014

EL ARBOL DE LA MENTIRA





  La Verdad y la Mentira se pusieron a vivir juntas una vez y, pasado cierto tiempo, la Mentira, que es muy inquieta, le propuso a la Verdad que plantaran un árbol, para que les diese fruta y poder disfrutar de su sombra en los días más calurosos. La Verdad, que no tiene doblez y se conforma con poco, aceptó la propuesta.

  Cuando el árbol estuvo plantado y empezó a crecer frondoso, la Mentira propuso a la Verdad que se lo repartieran entre las dos, cosa que agradó a la Verdad. La Mentira, dándole a entender con razonamientos muy bellos y bien construidos que la raíz mantiene al árbol, le da vida y, por ello, es la mejor parte y la de mayor provecho, aconsejó a la Verdad que se quedara con las raíces, que viven bajo tierra, En tanto, ella se contentaría con las ramitas que aún habían de salir y vivir por encima de la tierra, lo que sería un gran peligro, pues estarían a merced de los hombres, que podrían cortarlas o pisarlas, cosa que también podrían hacer los animales y las aves. Además, le dijo que los grandes calores podrían secarlas, y quemarlas los grandes fríos; por el contrario, las raíces no estarían expuestas a estos peligros.


    Al oír la Verdad todas estas razones, como es bastante crédula, muy confiada y no tiene malicia alguna, se dejó convencer por su compañera la Mentira; creyó que era verdad lo que le decía.

   La Verdad se metió bajo tierra para vivir, pues allí estaban las raíces, que ella había elegido, y la Mentira permaneció encima de la tierra, con los hombres y los demás seres vivos.

  Y como la Mentira es muy lisonjera, en poco tiempo se ganó la admiración de la gente, porque su árbol comenzó a crecer y a echar grandes ramas y hojas que daban fresca sombra; también nacieron en el árbol flores muy hermosas, de muchos colores.

  Al ver un árbol tan hermoso, muchas personas empezaron a reunirse junto a él muy contentas; gozaban de su sombra y de sus flores; la mayoría de la gente permanecía allí, e incluso quienes vivían lejos se recomendaban el árbol de la Mentira por su alegría, sosiego y sombra fresca.

   Así, la Mentira se sentía muy honrada y era muy considerada por quienes buscaban siempre su compañía: al que menos se acercaba a ella y menos sabía de sus artes, todos lo despreciaban, e incluso él mismo se descalificaba.

   Mientras esto le ocurría a la Mentira, que se sentía muy feliz, la triste y despreciada Verdad estaba escondida bajo la tierra, sin que nadie supiera de ella ni quisiera ir a buscarla. Viendo la Verdad que no tenía con qué alimentarse, sino con las raíces de aquel árbol que la Mentira le aconsejó tomar como suyas, y a falta de otro alimento, se puso a roer y a cortar para su sustento las raíces del árbol de la Mentira. Aunque el árbol tenía ramas gruesas, hojas muy anchas que daban mucha sombra y flores de colores muy alegres, antes de que llegase a dar su fruto fueron cortadas todas sus raíces, pues tuvo que comérselas la Verdad.

 
Cuando las raíces desaparecieron, la Mentira estaba a la sombra de su árbol con todas las personas que aprendían sus artimañas, se levantó viento y movió el árbol que, como no tenía raíces, muy fácilmente cayó derribado sobre la Mentira, a la que hirió y quebró muchos huesos, así como a sus acompañantes, quienes resultaron malheridos.
   Entonces, por el vacío que había dejado el tronco, salió la Verdad, que estaba escondida, y cuando llegó a la superficie vio que la Mentira y todos los que la acompañaban estaban muy maltrechos. Habían recibido gran daño por haber seguido el camino de la Mentira.

   La Mentira tiene ramas muy grandes y sus flores, que son sus palabras, pensamientos o halagos, son muy agradables y gustan mucho, pero son efímeros y nunca llegan a dar buenos frutos.

  A quienes usen de los halagos y engaños de la mentira, evítalos cuanto puedas, porque cuando se encuentren más confiados, les sucederá como al árbol de la Mentira y a quienes se cobijaron bajo él.


jueves, 13 de febrero de 2014

¿Echó Usted el Ancla?

        El ancla es un instrumento metálico, compuesto por una barra y dos uñas o más, que permanece colgado de una cadena. El marinero la echa en el agua para impedir que el barco salga a la deriva. La seguridad que proporciona depende de la naturaleza del fondo en el cual está aferrada y de la solidez de la cadena. Se toman todas las precauciones para que pueda resistir, si fuera necesario, a un mar enfurecido. Generalmente un barco posee varias anclas. Una de ellas, la más fuerte, que sólo se utiliza en casos extremos, se llamaba en otros tiempos el ancla de la misericordia o de la salvación.

       El ancla, con sus caracteres de seguridad y firmeza, es una hermosa imagen de la esperanza del creyente, fundada en Jesucristo. Nos mantiene unidos a Dios mismo, a la roca de su inmutable fidelidad. Para el creyente es un poderoso consuelo el saber que está ligado para siempre a Cristo, quien después de cumplida la obra de la cruz, entró al cielo donde se halla como nuestro “precursor” (Hebreos 6:20).
       Para los que le pertenecen, Jesús es como un ancla espiritual. Primero entró en la presencia de Dios para prepararles un lugar y la fe de los suyos los une a él, al igual que la cadena del ancla.