Una noche del año 1741 un hombre encorvado
se arrastraba cavilando por las calles de Londres. Era Georg Friedrich Händel,
el gran músico. En su interior pugnaban la esperanza y la desesperación. El
favor de la alta sociedad inglesa se había apartado de él. Su estado de
necesidad llegó a límites extremos. Su inspiración creativa se apagó y Händel
que aun no tenía 60 años, se sintió viejo y casado de la vida. Desesperado
regresó a su humilde vivienda. Al entrar llamó su atención un paquete; lo abrió
y se encontró con un escrito que llevaba por título "Un Oratorio espiritual". A Händel lo fastidiaba aquello,
escrito por un autor desconocido y de segunda. Aun más le disgustó la
observación "El Señor me lo encargó".
Aburrido continuó hojeando en el texto cuando un párrafo le llamó la atención:
"Despreciado
y desechado entre los hombres,... fue menospreciado y no lo estimamos. Händel
continuó leyendo Él confió en Dios... Dios no abandonó su alma... Él te dará
descanso..."
A la mañana siguiente, su ayudante lo vio
inclinado sobre su escritorio. Colocó la bandeja con el desayuno a su alcance y
lo dejó solo. A mediodía el desayuno aun no había sido tocado. Händel escribía,
escribía. De a ratos se levantaba de un salto y se echaba sobre el címbalo,
caminaba de un lado a otro, gesticulaba con los brazos y cantaba a voz en
cuello ¡Aleluya, aleluya! Su ayudante lo creyó loco cuando Händel le dijo que
los portales del cielo se le habían abierto y Dios mismo estaba sobre él.
Veinticuatro días trabajó Händel como
enloquecido, casi sin comer ni descansar. Por fin cayó sobre su cama, agotado.
Delante de él, la partitura completa de "El Mesías".
Traducido del libro de
Axel Kühner: Überlebensgeschichten für jeden Tag Aporte de Dieter Kunz
Fuente: Red Latinoamericana de Liturgia y Educación
Cristiana CLAI/CELADEC
Aportado por: Equipo De Selah