Un
hermano llamado Juan, cansado de tantas aflicciones, de tantas luchas, de
muchas oraciones sin ser contestadas, de tanto tiempo sembrar y no recibir nada
a cambio, lleno de contradicciones que lo único que hacían era hacer
desfallecer su corazón más y más, comenzó a cuestionarlo todo, y entre esas
cosas, su corazón cuestionó a su mismo Señor.
Preguntas
tales como: ¿será que Dios me escucha? ¿Será que verdaderamente Él pone sus
ojos en mí?, brotaban de lo más profundo de su corazón.
Un día
cansado de tantas “desilusiones” y
sin querer aceptar el trato de Dios, dispuso en su corazón hacer el último
intento. Alzó sus ojos al cielo y levantando sus manos exclamó lo que en su
momento dijo que sería su última oración, y dijo: “Señor, tanto tiempo te he buscado y nunca he recibido un toque tuyo,
que si no siento tu mano, no podré seguir.”
Esta
oración un tanto desafiante y otro poco arrogante, sin duda llegó al mismo
altar de Dios. Al escuchar el Señor esta oración dijo “Tanto
tiempo hijo mío te he estado hablando y tú no has querido oír, y hoy te
presentas ante mi, diciendo que no te he querido tocar. Pero aún así Yo sabré
olvidar lo pasado, y te haré sentir mi mano.”
Al
domingo próximo, este hermano nuevamente asistió a la iglesia en su misma
condición y sosteniendo la postura de su “última" oración”. Para eso El
Señor tenía el escenario preparado para manifestar su gloria en la vida de
Juan. Durante la alabanza y adoración el esperado toque de Dios, se hizo
esperar. Llego el final de la prédica, y nada pasaba. Juan totalmente
desesperanzado, hizo desfallecer su corazón.
Al
final de la reunión, el pastor que predicó esa noche siente la voz de Dios que
le dice: “sácate el zapato y pégale al
hermano que Yo te mostraré con el taco, lo más fuerte que puedas.” El
pastor, atónito con lo que acababa de escuchar y perplejo por no entender nada,
preguntó ¿qué has dicho Señor? Y El Señor con idénticas palabras volvió a decir
lo mismo “Quítate el zapato y pégale con
todas tus fuerzas a quien Yo te mostraré.”
El
pastor totalmente asustado se dispuso a obedecer a Dios, se quitó el zapato y
El Señor le mostró al hermano y le dijo “ve
y pégale.” Por “casualidad” era
Juan, quien recibió un zapatazo tan fuerte que lo hizo caer de espaldas varios
metros atrás.
El
pastor asustado por lo que hizo, miró expectante la reacción de Juan. El se
imaginó que cuando Juan se levantara lo iba agredir. Para sorpresa de él y de
todos los que presenciaron el espectáculo, Juan corrió hacia el pastor y lo
abrazó y le dijo “Gracias, hoy he sentido
el toque de Dios.”
Juan por medio del zapatazo sintió una transformación en su interior, tan profunda que se olvidó del moretón que el zapatazo de Dios le dejó en la frente.
¿Será necesario llegar a esta instancia?