jueves, 7 de noviembre de 2013

Angustia-Salvación-Agradecimiento

       Estas tres cosas van juntas. Así lo enseña la Sagrada Escritura en el versículo 15 del Salmo 50. El día de la angustia no significa sólo un peligro exterior; también abarca la ansiedad que experimenta una persona al ser consciente de que no está en regla con Dios. En esta situación puede dirigirse a él. Al clamar a Dios, experimentará que Dios “ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:27), sino que ayuda a quien acude a él con sinceridad. Sin embargo, debemos ser agradecidos y honrarle con nuestra vida.

      
Hace años un aviador contó su historia. Durante la segunda guerra mundial se había desempeñado como piloto de caza. En un combate sobre Austria su aparato se incendió. “Cuando noté el fuego, contó él, se apoderó de mí un indecible temor. En cualquier momento podía caer y morir. Sabía que en el estado en que se encontraba mi alma, no podía presentarme ante Dios. En mi angustia lo invoqué y pedí su ayuda, prometiéndole que le serviría si salía con vida del percance.” Dios oyó mi pedido de socorro.
Mi salto con el paracaídas resultó exitoso. Fui hecho prisionero, pero al final de la guerra pude volver a casa. Olvidé completamente mi promesa y seguí viviendo como antes. Un día recibí una invitación a una predicación del Evangelio, gracias a la cual recordé toda mi ingratitud. Este fue el punto de partida de mi conversión al Señor.

       Así ese hombre llegó a ser un feliz creyente, dispuesto a vivir de una manera que honrara a Dios. Pero, ¡cuántas personas han hecho una promesa en circunstancias similares y jamás la han cumplido!

Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.” Salmo 50:15.


miércoles, 30 de octubre de 2013

¡Acabó la guerra!

“Y vino [Jesús] y anunció paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca.” Efesios 2:17.

  

El amargo conflicto había terminado finalmente entre el norte y el sur. Los soldados de la Guerra Civil de los Estados Unidos eran libres de regresar a sus familias. Sin embargo, algunos de ellos permanecieron escondidos en los bosques viviendo de frutillas. O no escucharon que la guerra había terminado, o no lo creyeron, por lo que siguieron soportando condiciones muy malas cuando pudieron haber estado de vuelta en casa.

   En la esfera espiritual ocurre algo parecido. Cristo hizo la paz entre Dios y el hombre al morir en nuestro lugar. Pagó la pena por el pecado en la cruz. Todo el que acepte su sacrificio será perdonado por un Dios santo.

   Lamentablemente, muchas personas se niegan a creer el evangelio y continúan viviendo como fugitivos espirituales. A veces, hasta los que han puesto su confianza en Cristo viven casi al mismo nivel. Por ignorancia o por falta de disposición, no reclaman las promesas de la Palabra de Dios. No experimentan el gozo y la seguridad que deben acompañar a la salvación. No sacan de su relación con Dios el consuelo y la paz que Él quiere para sus hijos. Ellos son los objetos de su amor, cuidado y provisión, pero viven como si fueran huérfanos.


   ¿Has estado viviendo apartado del consuelo, el amor y el cuidado de tu Padre celestial? Ven a casa. ¡Se acabó la guerra! --RWD


LA VICTORIA DE CRISTO SOBRE LA MUERTE SIGNIFICA PAZ PARA SUS SANTOS.

viernes, 25 de octubre de 2013

Aprovecha la oportunidad


 En una oscura noche de invierno, tres  vaqueros iban en sus cabalgaduras, atravesaban extraviados el lecho seco de  un río. Discutiendo entre si como podrían orientarse, se sorprendieron  grandemente al oír una voz que desde la oscuridad les grito: “¡ALTO!...  Desmonten y recojan cada uno tres piedras del río.”


   Atemorizados los  vaqueros, obedecieron las ordenes salidas de las sombras, y se disponían a  proseguir su extraviado camino cuando la voz les volvió a hablar: “Mañana  estarán muy contentos por lo que han hecho, pero también muy tristes.”

   A  las primeras luces del día, los asombrados vaqueros se dieron cuenta que las piedras que habían recogido del lecho del río eran diamantes, por lo que sintieron gran alegría... pero también sintieron gran tristeza al considerar que habrían podido recoger muchos más si hubieran sabido de lo que se trataba.


  En nuestra juventud, recogemos con el estudio y la dedicación,  algunos diamantes que después en nuestra vejez nos alegramos de haber  recogido y al mismo tiempo nos entristecemos por no haber cosechado  más.


Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.” Sal.90:12

lunes, 21 de octubre de 2013

Amaos los unos a los otros

   Ruth miró en su buzón del correo, tan solo había una carta. La tomó y la miró antes de abrirla, pero  no había sello ni marcas del correo, solamente su nombre y dirección. Leyó la carta:


Querida Ruth:
                       Estaré en tu vecindario hoy viernes en la tarde y pasaré a visitarte.

                            Con amor, Jesús

   Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa. ¿Por qué querrá venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle. Pensando en eso, Ruth recordó el vacío reinante en los estantes de su cocina. ¡Ay no! ¡No tengo nada para ofrecerle! Tendré que ir a comprar algo. Bueno, comprare algo de pan y alguna otra cosa. Se echó un abrigo encima y se apresuro a salir."
Dos canillas, medio kilo de queso y un cartón de leche. Y Ruth se quedó con solamente 1000 Bs. que le deberían durar hasta el lunes. Aun así se sintió bien camino a casa, con sus humildes ingredientes bajo el brazo.

   “Oiga, señora, ¿nos puede ayudar, señora?” Ruth estaba tan absorta pensando en la cena que no vio las dos figuras que estaban de pie en el pasillo. Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco más que harapos.


Mire, señora, no tengo empleo, usted sabe, y mi esposa y yo hemos estado viviendo allá afuera en la calle y, bueno... está haciendo frío y nos está dando hambre, y bueno, si usted nos puede ayudar, señora, estaríamos muy agradecidos...”

    Ruth los miró con más cuidado. Pensó que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran.

-        Señor, les quisiera ayudar, pero yo misma soy una mujer pobre. Todo lo que tengo es un poco de pan y leche, pero tengo un huésped muy importante para esta noche y planeaba servirle eso a El.”

-        Si, bueno, si señora, entiendo. Gracias de todos modos.”

    El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de su esposa y se dirigieron a la salida. A medida que los veía saliendo, Ruth sintió un latido familiar en su corazón.

-        “Señor, espere!”

    La pareja se detuvo y volteó a medida que Ruth corría hacia ellos y los alcanzaba en la calle.
-        “Mire: ¿por qué no toma esta comida? Algo se me ocurrirá para servir a mi invitado.”

Extendió la mano con la bolsa de víveres.

-        “Gracias, señora, muchas gracias!” “Si, gracias!”, dijo la mujer y Ruth pudo notar que estaba temblando de frío.

-        “¿Sabe? Tengo otro abrigo en casa. Tome este”, Ruth desabotonó su abrigo y lo deslizó sobre los hombros de la mujer. Y sonriendo, volteó y regresó camino a casa.

   Sin su abrigo y sin nada que servir a su invitado.

-        “¡Gracias, señora, muchas gracias!”

     Ruth ahora no tenía nada para ofrecerle al Señor. Buscó la llave en la cartera para abrir  la puerta. Mientras lo hacía notó que había otra carta en el buzón. “Que raro, el cartero no viene dos veces en un día.” Tomó el sobre y lo abrió:


Querida Ruth:
                            Qué bueno fue volverte a ver. Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo.

                     Con amor, Jesús


    El aire todavía estaba frío, pero aún sin su abrigo, Ruth no lo notó.

martes, 15 de octubre de 2013

CADA UNO OFRECE LO QUE TIENE

  
Hace algún tiempo, mi mujer ayudó a un turista suizo en Ipanema, quien dijo haber sido víctima de unos ladronzuelos. Con un marcado acento, y en pésimo portugués, afirmaba haberse quedado sin pasaporte, sin dinero y sin un lugar para dormir.


  Mi mujer le pagó el almuerzo, le dio la cantidad necesaria para que pudiera pasar la noche en un hotel, hasta que se pusiera en contacto con su embajada, y se fue.


  Días después, un diario carioca publicaba la noticia de que el tal “turista suizo” era en realidad un original malandra carioca, que simulaba un falso acento y abusaba de la buena fe de las personas que amaban Río y querían compensar la imagen negativa que -justa o injustamente- se transformó en nuestra tarjeta de presentación.

   Al leer la noticia, mi esposa sólo comentó: “no será esto lo que impida que ayude a la gente”.

  Su comentario me hizo recordar la historia del sabio que, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. Las personas no dieron mucha importancia a su presencia y sus enseñanzas no consiguieron interesar a nadie. Después de algún tiempo, él pasó a ser motivo de risa y burlas por parte de los habitantes de la ciudad.

   Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres comenzó a insultarlo. Pero en lugar de fingir que no se daba cuenta de lo que ocurría, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.

Uno de los hombres comentó:
- ¿Será, después de todo, que el hombre es sordo? ¡Le gritamos cosas horribles y él sólo nos responde con palabras bellas!


- Cada uno de nosotros sólo puede ofrecer lo que tiene -fue la respuesta del sabio.

viernes, 4 de octubre de 2013

Comparte tu maíz

   
En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos.

— ¿Por qué comparte su mejor semilla con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso? — preguntó el reportero.

— Verá usted –dijo el agricultor–. El viento lleva el polen de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada echaría a perder la calidad del mío. Si siembro buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga.


  
Lo mismo ocurre en nuestra vida. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, pues el bienestar de cada uno está unido al bienestar común. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo”

lunes, 30 de septiembre de 2013

Los tres tenores...

   Esta es una conmovedora historia,  que contiene un hermoso y perfecto ejemplo. Se refiere a dos de los tres tenores: Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, que emocionaron al mundo cantando juntos.


    Aun los que nunca visitaron España, seguramente tienen referencia acerca de la rivalidad existente entre los catalanes y los madrileños, ya que los primeros luchan por su autonomía, en una España dominada por Madrid. Hasta en el fútbol,  los mayores rivales son el Real Madrid y Barcelona. Pues bien, Plácido Domingo es madrileño y José Carreras es catalán.

   Por cuestiones políticas, en 1984, Carreras y Domingo se volvieron enemigos.

    Siempre muy solicitados en todas partes del mundo, ambos hacían constar en sus contratos que solo se presentarían en determinado espectáculo si el adversario no fuese convidado.

    Pero en 1987, Carreras conoció un enemigo mucho más implacable que Plácido Domingo, Carreras fue sorprendido por un diagnóstico desafiante: leucemia.  Su lucha contra el cáncer fue sufrida y persistente. Se sometió a varios tratamientos, como auto trasplante de la medula ósea, además del cambio de sangre, lo que lo obligaba a viajar una vez por mes a Estados Unidos.

   Claro que en esas condiciones no podía trabajar y a pesar de ser dueño de una razonable fortuna, los altos costos de los viajes y del tratamiento rápidamente debilitaron sus finanzas. Cuando no tenía más condiciones financieras, tomó conocimiento de la existencia de una fundación en Madrid, cuya finalidad única era apoyar el tratamiento de leucémicos. Gracias al apoyo de la fundación, Carreras venció la dolencia y volvió a cantar. Demás está decir, que recibiendo nuevamente los altos caches que merecía, José Carreras trató de asociarse a la fundación.

   Pero leyendo sus estatutos descubrió que el fundador, mayor colaborador y presidente de la fundación era Plácido Domingo.

    Descubrió que este había creado la entidad en principio para atenderlo y que se había mantenido en el anonimato para no humillarlo al tener que aceptar auxilio de un enemigo.

   El encuentro más  conmovedor fue el encuentro de los dos, imprevisto por Plácido, en una de sus presentaciones en Madrid.

    Allí, Carreras interrumpe el evento y humildemente, arrodillándose a sus pies, le pide disculpas y le agradece en público.  Plácido lo levanta y con un fuerte abrazo, los dos sellan en ese instante el inicio de una gran amistad.

   En una entrevista de Plácido Domingo, donde la periodista le preguntaba por qué había creado la fundación  en un momento en que además de beneficiar a un "enemigo", había revivido al único artista que podría hacerle alguna competencia, su respuesta fue corta y definitiva:

    “Porque una voz como esa, no se puede perder...”

    Esta maravillosa historia  me conmovió hasta las entrañas cuando la recibí, me recuerda a las disputas médicas entre  la alopatía y la homeopatía, ya que por diversas razones  muchas personas se desvivieron por desacreditar a esta última.  Sin embargo,  pasaron más de doscientos años desde su nacimiento y cada vez más se puede observar el aumento de interconsultas entre ambas especialidades, aportando para el paciente, la riqueza en la diversidad y amplitud de contención de su sufrimiento.

   Vivimos en un mundo plagado de situaciones violentas y es el espíritu de nuestro periódico hacer una fuerte apuesta al amor y a la coexistencia pacífica de nuestro planeta.


 Dr. Sergio M. Rozenholc